Todos queremos ser Pippi

viernes 22/11/2013, por Raúl Sánchez-Serrano

Pippi es esa niña descreída e incómoda que deja al descubierto lo más absurdo y ridículo del mundo apagado y encorsetado de los adultos, su doble moral y su total falta de espontaneidad y diversión en su vertiente más pura, innata y simple. Pippi vive sin temor.

El año en que una Europa defenestrada y conmocionada dejaba atrás los horrores la Segunda Guerra Mundial, nació la primera niña punk de la historia como un mesías que viniera a sacar al mundo entero del aburrimiento y darle con un tartazo de nata en la cara a un montón de adultos necios que malgastaban su tiempo en dispararse los unos a los otros.

Fotogramas de Pippi calzaslargas

Esa niña se llama Pippi Calzaslargas y tiene nueve años, y su redentora es Astrid Lindgren, la prolífica autora sueca de cuentos infantiles fallecida hace una década pero cuyo personaje ha quedado grabado a fuego en la mente de un puñado de generaciones que tienen como lugar común las aventuras de Pippilotta Delicatessa Windowshade Mackrelmint, tal cual, pronunciado del tirón y sin respirar.

Pippi era contracultural, antisistema, underground, outsider, feminista y toda una larga lista de préstamos lingüísticos y calificativos decorados de afijos que el mundo de los adultos se ha ido inventando para poner en orden todo aquello que estaba precisamente fuera de él. Una joya de muchacha a la que no le faltaba de nada. La sociedad de mediados del siglo XX en la que Pippi nació no estaba preparada para recibir toda esa actitud como un escupitajo en plena nuca y la tildaron de ser esa niña díscola a la que había delatar a la profesora y mantener apartada durante el recreo. Y es que Pippi es esa niña descreída e incómoda que deja al descubierto lo más absurdo y ridículo del mundo apagado y enconsertado de los adultos, su doble moral y su total falta de espontaneidad y diversión en su vertiente más pura, innata y simple.

Pero reconozcámoslo, Pippi mola, Pippi es muy guay, todos quisimos ser Pippi o, cuando menos, tenerla como esa amiga inseparable e histéricamente divertida. Hoy por fin la tenemos mucho más cerca gracias a la editorial Blackie Books en una de esas ediciones de tapa dura tan bien parecidas a las que nos estamos acostumbrando peligrosamente, pero donde Pippi nos ha hecho más felices ha sido en la archirrepetida e incomparable serie de televisión protagonizada por una Inger Nilsson que jamás sería recordada por otro papel que no fuera el de Pippilotta Langstrumpf. Pippi te mantenía hipnotizado, con la mirada fija a medio metro de la televisión, mientras tu madre te gritaba que eso no era bueno para la vista, algo por lo que Pippi jamás tuvo que pasar. Ella como si tiraba la televisión por el balcón, así, porque sí. Pippi nos gusta, nos mesmeriza y queremos ser como ella, básicamente y hablando en plata, porque hacía lo que le daba la gana.

Aunque tenemos una lista interminable de motivos para hacer de ella una musa atemporal, aquí van unos cuantos. Por todo esto y más, Pippi Calzaslargas tiene un rinconcito en nuestros corazones de adultos embrutecidos:

Va vestida como una mamarracha: a ella la moda se la trae totalmente al pairo. No le hables de color block ni de los últimos desfiles de París, porque Pippi está por encima de eso. El total look lo inventó ella, y es que no hay otra manera con la que nos podamos referir a esa combinación imposible y demencial de colores y prendas que harían perder los estribos a cualquier burguesa de pamela, pedrusco y rebequita de punto. Sus secretos de estilo son un calcetín verde y otro rojo, una bata de tirantes a rayas, un par de zapatos tres tallas más grandes y una melena pelirroja recogida en las dos trenzas más imposiblemente tiesas de la historia del peinado. Si hace frío se planta una bufanda interminable de color azul y un jersey que le cae como un saco de patatas, y se queda tan ancha, pero a ti te encanta, más aun si a tu madre se le ponen los pelos de punta al verla “con esos harapos”. Pippi no entiende de corsés, ella se viste para la acción.

Tiene por mascota a un mono y un caballo: mientras las niñas del primer mundo sueñan con un poni, Pippi va mucho más allá. Ella no se anda con chiquitas y decide que donde esté un señor caballo que se quite lo demás. Le van las paradojas, y por eso le pone de nombre “pequeño Tío”. De pequeño no tiene nada, pero a ella eso no la amedrenta a la hora de meterlo por casa cuando por algún extraño motivo lo considere necesario. Junto a pequeño Tío, Pippi cuida religiosamente de un mono apodado “señor Nilsson” al que viste de personita y que lleva al hombro como un apéndice. Otorgarle la calidad de señor a un macaco es muy propio de Pippi, que no se conforma con un gatito o un cachorro como todas las demás.

Su padre es muy enrollado: en los States hacen esa cosa tan espeluznante de traer a los padres a la escuela para que expliquen delante de todos de qué diantres trabajan. La cultura pop y las películas baratas de adolescentes precoces parece que quieran que uno sepa este tipo cosas, ciertas o no. El caso es que con el padre de Pippi la diversión está servida y te vas a ganar el respeto de todos tus compañeros porque el señor Langstrumpf es pirata. Como lo oyen. La cara que hubieran puesto los amigos de Pippi, Tommy y Anika, de producirse semejante desenlace en plena clase. Una chica tan desordenadamente divertida no podía tener un padre con un trabajo normal, a saber: contable, profesor, cajero del súper… diga usted. Ni hablar, pirata como mínimo, de los que van en busca de tesoros por mares bravíos. Para embotar los sentidos de cualquiera.

Vive sola en un casón que ríete tú de la casita de pastel de Hansel y Gretel: esa mansión desvencijada en medio de la nada es la envidia de cualquier okupa (sí, el movimiento okupa también es un terreno que Pippi conquistó en primicia). La fachada está pintada por un disléxico, todo un estallido de color, y dentro reina el caos de la manera más natural. El orden y el concierto no se inventaron para Villa Kunterbunt, nombre que reciben los dominios de Pippi. A ella eso de hacer la cama no le va, aunque es una chica curiosa a la que no se le caen los anillos por ponerse a barrer ese sin dios de manera esporádica. Quizás en honor a su difunta madre y por tener la casa medio bien si a su padre algún día se le ocurriese volver de surcar el océano sin previo aviso.

Es rica heredera y se lo gasta con alegría: Pippi guarda con recelo un maletín lleno de monedas de oro que su padre, el pirata, ha ido decomisando en sus épicas navales. Ella no conoce la crisis y su gran sonrisa la delata. Eso sí, no se fía ni de su sombra, y Pippi, chica lista y clarividente, se fía aún menos de los bancos, por ello guarda su dinero en casa a buen recaudo. Con ayuda de pequeño Tío y el señor Nilsson mantiene a raya a Carlson y Bloom, una pareja de maleantes que pierden la cabeza por un puñado de sus monedas de oro. Pippi, que es valiente y resolutiva (y más bruta que nadie), tiene una pistola en casa que saca a pasear cuando el peligro de Carlson y Bloom acecha. Menuda es ella.

Come solo placeres para el paladar: lo mismo le da un pastel de nata para cenar que un kilo de golosinas a puñados directamente del tarro. Ella no se rige por los patrones de belleza actuales y no está dispuesta a pasar hambre ni penurias. Nótese que tampoco se deja gobernar por los habituales patrones de conducta en la mesa ni por la rigidez de los horarios. Come cuando quiere y como quiere, y no tiene a un adulto al lado que la obligue a zamparse un plato lleno de acelgas aunque a ella eso se le asemejara a comer infierno en llamas. Cuando sale de excursión a caballo o de viaje en globo aerostático (sin pensarlo dos veces), lleva una surtida merienda de manjares para ella y sus amigos, Tommy y Anika, compuesta de inabarcablemente grandes rodajas de pan de hogaza y embutidos de tipología diversa. Y no se nos olvide: tiene un árbol en el jardín de donde saca botellas de limonada fresca y exprimida en casa. A ver quién. Después de aquello, la merienda nunca volvería a ser interesante.

Siempre gana: Pippi se lleva por delante a todo el que pilla. Es una chica acostumbrada a salirse con la suya y lo consigue a través de todo tipo de argucias y de hacer gala de una fortaleza física inhumana. Pese a los inagotables intentos de la tía Pastelius (un híbrido de asistenta social e hija del mal) de llevarla a un orfanato, Pippi siempre consigue zafarse de ella y escandalizarla hasta que logra su colapso y finalmente su retirada. Pippi reserva su fuerza bruta para hacer demostraciones dignas de una culturista levantando grácilmente a su caballo a peso como si fuera una mancuerna o dándoles su merecido a esos bribones de Carlson y Bloom. Vive sin temor.

Pippi Calzaslargas: todas las historias” está editado por Blackie Books.

Este artículo se publicó originalmente en Soviet Magazine el 10 de marzo de 2012.

Imágenes: Fotogramas de Pippi calzaslargas, por Sergio.


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