Será, me dirán, el temor ancestral de la vejez a perder el patrimonio. Tal vez, pero me apena ver el frenesí con que ciertos políticos se afanan a privatizarlo todo, y la docilidad con que los ciudadanos asumimos el despojo.

Aula, por Sergio
¿Quién va a resistirse –deben pensar– a las promesas de “la libre elección”? Elegir médico, especialista y hospital, colegio para los hijos, compañía eléctrica para el suministro de la telefonía o de la energía… ¡Si nos ponen, como el NODO de los años de la dictadura, “el mundo entero al alcance de todos los españoles”! Si elegimos tienda, producto y precio para comprar cosas ¿por qué no hemos de elegir, también, quién queremos que nos proporcione los servicios que utilizamos? Si, además, el Estado se reduce, bajan los impuestos y los servicios se abaratan la felicidad será completa.
Pero al jubilado receloso las cuentas no le salen. Si al coste del servicio se añade el beneficio de la empresa que lo suministra, no puede resultar más barato. A no ser que los profesionales que los presten cobren menos y trabajen más, como ocurre en la enseñanza, o se escatimen inversiones necesarias para prestar adecuadamente los servicios. Y teme, sobre todo –ve películas americanas y escucha a sus colegas en el parque– que las empresas rechacen a los usuarios complicados, sean estos adolescentes problemáticos, enfermos crónicos o viejos cargados de achaques.
Prefiero tratar, en la clínica o en la escuela –esto último lo he vivido desde el otro lado–, con profesionales que sean servidores públicos, ligados a la administración de que dependen por reglamentos disciplinarios que los vinculan. Si llega el caso, siempre cabe reclamar a la administración de que esos profesionales dependen. Tal vez sea esta la razón por la que más de un 40 por ciento de ciudadanos que esperan operarse –en la Comunidad de Madrid– han preferido seguir en la lista que acudir al hospital privado que les adjudicaba la Comunidad para acortar la espera.
Aunque ahora les ganamos al fútbol y hasta en el Tour, hacemos vinos mejores y votamos como ellos, envidio, como en mi juventud, a nuestros vecinos franceses. Porque siguen considerando –izquierdas y derechas– que la escuela y la sanidad públicas son un patrimonio común que deben legar íntegro a sus hijos.
Completamente de acuerdo pero ¿qué se puede hacer contra ello ? Me temo además que con la crisis va a ir a peor y lo público no solo será poco sino tambien de baja calidad para que la profecía de los privatizadores se cumpla.
Nosotras no nos suicidamos…¡Ellos nos matan!