No parece, sin embargo, que hayamos avanzado igual en nuestro comportamiento como ciudadanos. Al decir de los candidatos de todos los partidos en la pasada campaña somos un país preparado, dinámico, responsable y laborioso. Un aprecio, ciertamente, no correspondido, a juzgar por la pésima valoración que a este pueblo tan capaz le merecen sus políticos.

Poeta del pueblo en la asamblea, por OkOk
Una y otra vez, en las encuestas del CIS, los situamos como uno de los principales problemas del país y, desde la elevada preparación que nos suponen, les achacamos (unos, claro, a los de un signo, otros a los del signo opuesto) la exclusiva responsabilidad de los males que nos aquejan.
Así que, como todos coincidimos en que nuestros políticos son una calamidad, y en que tenemos el gobierno que elegimos, o sea el que nos merecemos, no insistiré en ello. Les invito, en cambio, a que miren -nos miremos, mejor- a nosotros y a quienes nos rodean y tratemos de descubrir males anteriores y más profundos que nos aquejan como sociedad y que determinan la mediocridad de nuestra vida política.
Hace pocos días, el escritor Luisgé Martín“ (“El urbanismo político” El País, 24/11/11) hacía un diagnóstico que a falta de otro más reciente someteré a la consideración de los visitantes del rincón. Tenemos, escribía, un país con con una sociedad civil anémica y una capacidad asociativa lastimosa, un país insolidario en el que muchos de sus ciudadanos defraudan a la Hacienda pública, un país en el que los medios de comunicación son charangueros y sectarios, en el que la casta intelectual y artística languidece con mediocridad, en el que la clase empresarial no innova y en el que la profesionalidad laboral se deteriora gravemente.
Ante ese diagnóstico concluiremos, con él, que el cómodo expediente de cargar todas las culpas en la clase política que nos gobierna (unos a la de un signo, otros al del contrario, repito) nos conduce al peor escenario posible: la ignorancia, o la negación, de las lacras que deben ser corregidas. Haremos bien, por tanto, en dejar de esperar que venga alguien que nos resuelva el problema y en ponernos a trabajar con nuestros vecinos y con nuestros compañeros de trabajo en denunciar y corregir los defectos de la sociedad que formamos.
Suscribo totalmente el análisis de la situación social actual.
El círculo vicioso del sistema (trabajo-televisión-consumo) nos ha hecho muy proclives a la molicie y al «que lo arreglen otros», y sobre todo a nutrirnos de una percepción de la realidad totalmente distorsionada e interesada.
Afortunadamente cada vez más son las personas que se están dando cuenta de que nadie va a «arreglar» nada por ti, que tiene uno que tomar las riendas, plantarse, romper el círculo y ponerse manos a la obra.
Los políticos cumplen un papel esencial en el Estado del Espectáculo y la Simulación que describe Hakim Bey, y no es precisamente el de servir a los ciudadanos y al bien público. De eso ya hace que nos dimos cuenta, ¿no?