El pasado 20 de enero, Intermón Oxfam hacía público el informe que ha presentado al Foro Económico Mundial sobre el aumento galopante de la desigualdad en los últimos años. Los medios han recogido los datos más espectaculares: las 85 personas más ricas del mundo poseen tanto como los 3.570 millones de personas más pobres; las 20 personas más ricas de España tienen tanto como los cerca de 10 millones con menos recursos. España pasa a ser el segundo país europeo más desigual, tras Letonia.
La noticia estremece, pero no es nueva. En octubre pasado se publicaron dos informes dispares. El del Crédit Suisse sobre riqueza mundial reflejaba que, entre junio de 2012 y junio de 2013, el número de españoles que disponían de más de un millón de dólares se había incrementado en un 13% (unos 47.000 más). El otro, el VIII informe de Cáritas sobre la realidad social de España indicaba que la pobreza severa (ingresos de menos de 307 euros mensuales) se había duplicado durante la crisis y afectaba a más de 13 millones de ciudadanos.
Los seguidores de Vida Sencilla saben que no estamos ante un fenómeno pasajero y local, sino ante el desarrollo de un modelo que va conformando un mundo muy diferente del que hemos conocido estos últimos años. El modelo que describía Tony Judt y que comentábamos en una anterior entrega del Rincón: una sociedad más desigual y, por ello, menos cohesionada y más inestable.
En esa situación, es vital comprender por qué pasa esto, qué consecuencias trae, a quien beneficia y por qué los ciudadanos estamos apoyando con nuestros votos a gobiernos que lejos de frenar esta tendencia, que perjudica a la gran mayoría, la favorecen con su actuar. Por eso, hoy, quiero proponerles la lectura del apasionante y documentadísimo libro del premio Nobel de economía Joseph Stiglitz El precio de la desigualdad. El 1% tiene lo que el 99% necesita (Taurus 2012) que da respuesta cumplida a estas preguntas y resulta imprescindible para entender lo que está pasando.
No es que exista un establishment que se haya conjurado para crear el actual sistema, escribe Stiglitz. Es, más bien, que nuestro sistema económico y político evoluciona, y los intereses económicos utilizan su riqueza y su influencia a fin de darle forma. Y la forma que ha surgido es muy parecida a la que habría podido surgir si se hubieran juntado para configurar el sistema conforme a sus intereses.
Cómo consiguen las empresas poderosas fijar las reglas del juego y elegir al árbitro (agencias reguladoras), o cómo han logrado manejar en su provecho la globalización (liberalización financiera, supremacía de los derechos del capital sobre los de los trabajadores e incluso sobre los derechos políticos de los ciudadanos) son asuntos que el autor conoce bien y explica con profusión de ejemplos. No en vano su autor, catedrático en universidades como Yale, Oxford, Columbia o Stanford, ha sido asesor económico del Gobierno de Clinton y economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial.
Claro que si los poderes económicos consiguen lo que quieren de los gobiernos, es porque convencen al 99% de la gente de que tienen intereses compartidos con los suyos a través de un impresionante despliegue de prestidigitación. Ese es el tema del capítulo 1984 está al caer (en referencia a la novela de Orwell), uno de los más interesantes del libro. En él describe e ilustra con casos reales la “batalla de las ideas” que se desarrolla ante nuestros ojos, y la falacia de los mitos que consiguen colocarnos (“el mercado siempre ha funcionado y los gobiernos siempre han fallado”, la bondad de privatizar los servicios públicos, eliminar el impuesto de sucesiones, “rescatar a la banca para proteger la economía y los empleos”, pero no a los propietarios de viviendas desahuciados por la hipoteca).
Así, ganada la batalla de las ideas, los poderes económicos –el 1%– han podido utilizar las palancas económicas de los estados democráticos: el presupuesto, la política macroeconómica y el Banco Central al servicio de sus intereses. Los mitos han funcionado aquí, con eficacia: el “fetichismo del déficit” presupuestario y de la “austeridad” han conducido a la disminución del Estado y de las prestaciones sociales y a la consiguiente reducción de los impuestos. La “captación” de directivos por el mecanismo de las “puertas giratorias” ha convertido a los Bancos Centrales en fieles custodios de los intereses de la banca.
En el análisis de Stiglitz todo esto ha sido posible porque la brújula moral de muchísima gente, en la política, en la banca y en otros sectores, ha perdido el norte. No tienen aquel rasgo que Alexis de Tocqueville consideraba un elemento primordial de la sociedad estadounidense del XIX, “el interés propio bien entendido”, quiere decir, el interés que presta atención al interés común y no saben, como aquellos americanos, que “preocuparse por los demás no solo es bueno para el alma; es bueno para los negocios”.
Termino. En el último capítulo del libro, El camino a seguir. Otro mundo es posible, Stiglitz enumera y explica las políticas que podrían corregir esta deriva insensata que seguimos. Porque otro mundo es posible, a condición de que el 99% entendamos, de una vez, que los intereses del 1% no son los nuestros.