Ocurre a menudo. Donde unos ven progreso, otros ven retroceso. Donde unos ven un hombre, otros ven una lagartija. Y así. Sólo decir que está bien comenzar el día viendo lo que a uno le dé la gana; aquí un pato, allá una lagartija.
De la foto se deduce que no pretendo ponerme sesuda en este artículo.
Pero me he topado con una historia de un catedrático de fisiología que se pregunta (a raíz de la misma imagen pero en versión aburrida) qué poderoso mecanismo del cerebro nos permite tener conciencia de cuanto vemos. Para encontrar la respuesta a esa pregunta, puedes leer su texto. A mí lo que realmente me interesa no es tanto lo que vemos como lo que NO vemos.
Igual que mi hija no es capaz de ver el pato y yo sólo adiviné el conejo cuando le vi con la zanahoria en la boca, me pregunto cuántas otras cosas importantes se me escapan. Como el héroe de la película de John Carpenter Están vivos, que por casualidad encuentra una caja repleta de gafas de sol que le permiten ver el mundo tal como es. Los anuncios en las paredes o las revistas esconden, en la película, un mensaje subliminal de servidumbre en el que se nos ordena reproducirnos, obedecer, dormir, comprar compulsivamente, no cuestionar la autoridad. Un anuncio de un nuevo televisor, por ejemplo, en realidad dice «¡No penséis, consumid!». Entre nosotros hay seres con apariencia humana pero de verdadera apariencia alienígena, reptiloide, y son los ricos y poderosos y las fuerzas del orden: las gafas permiten ver el verdadero mensaje por debajo de la superficie.
También funcionarían, digo yo, en el otro sentido: estas gafas descubrirían a ese viejecito amable que siempre nos abre la puerta; al compañero que nos trae un café con la medida justa de azúcar cada mañana; a la buena gente que tan a menudo pasa desapercibida. En conclusión: yo, para los Reyes próximos, me pido unas de esas. Pato conejo pato conejo pato conejo lagartija.