Primero, por la propia eclosión de un movimiento de estas dimensiones –véase el 15 de octubre-, entre una juventud que calificábamos de individualista, competitiva y hedonista. Una juventud que, desde el 15 M, dedica parte de su tiempo libre a intercambiar informes y datos y a reunirse en asambleas para escuchar, discutir y proponer sobre asuntos que les angustian.

15O, por Guillermo Astiaso
Más. A quienes vivimos las revueltas de los 60, los 70 y los 80, del pasado siglo, y creíamos haberlo visto todo, nos ha sorprendido que sea la calle, y no la Universidad, su lugar de nacimiento y su sede, y nos ha admirado la coherencia entre el fondo y la forma de su protesta.
El fondo, es decir, la fibra moral de sus denuncias, la hondura de su hartazgo y la pertinencia de las dianas elegidas como blanco de su ira (el sistema financiero, la partitocracia y la falta de honradez de los políticos, el despilfarro de los recursos del planeta, la parcialidad y la frivolidad de los medios informativos…). Y la forma, o sea, el empleo de las redes sociales, que conocen bien, el empeño en preservar su independencia de criterio, su sana irreverencia y su afán por distanciarse de los alborotadores y de los grupos organizados que tratan de utilizarlos, o de dirigirlos.
No entiendo, ni comparto, la crítica de algunos intelectuales y tertulianos –ver intelectuales e indignados en Google- que, desde el Olimpo en que se instalan, los acusan de no tener un programa, y de su escasa formación (política, filosófica y económica). Menos aún la de la gente “de orden” que los presenta como gamberros que alteran el orden de sus plazas y calles, que se mofan de las instituciones y que buscan alterar las vías democráticas que establece la constitución. Son acusaciones que, probablemente, cuadrarían mejor a muchos políticos en ejercicio.
Hablaba, también, de esperanza. Es posible que los indignados no lleguen a alumbrar programas y modelos organizativos originales. Pero, a lo largo de su andadura, habrán sacado a relucir las vergüenzas de nuestro sistema, habrán sacudido la resignación con que muchos las estamos soportando y habrán contribuido a elevar el listón de la exigencia moral y cívica de nuestras sociedades.
Que no es poco.
Hecha la ley hecha la trampa. Así reza un conocido refrán popular al que no se escapa ningún copus juridico. Desde que se aprobo la Constitucion Española, en 1978, se ha ido pervirtiendo poco a poco y los defectos iniciales (que los tiene), lejos de ser subsanados a posteriori, se han agravado. Vivimos en una democracía tutelada donde la iniciativa política corresponde a los partidos. La única vía de participación activa de los individuos son los partidos y la democrácia interna de los mismos brilla por su ausencia. Los partidos funcionan bajo el control de élites cuyos miembros estan subordinados a relaciones de clientelismo «ad infinitum». Recuerden el dicho de Alfonso Guerra: » el que se mueva no sale en la foto». Listas cerradas y bloqueadas, ¿como podemos los ciudadanos echar de la política a un corrupto? Sencillamente no podemos. Esta es una de las mayores perversiones del sistema. Podría seguir enumerando y puede que otro día lo haga. ahora he de irme. No sin decir que yo también estoy indignado por esto y por mucho mas, claro.