Los científicos lo llaman “la supervivencia de los más amables” y ponen en entredicho la interpretación de la teoría de la evolución natural de Darwin que dice que el hombre es egoísta y, por tanto, sólo se ocupa de sí mismo.

¡Sonríe!, por Sarah G
Esta es la tesis del investigador de la Universidad de California en Berkeley Dacher Keltner y su equipo, reflejada en el libro Born to be Good: The Science of a Meaningful Life (Nacido para ser bueno: la ciencia de una vida significativa). Lo que reivindica este libro es que, en esencia, los humanos somos una especie que tiene éxito, evolutivamente hablando, precisamente por nuestra capacidad de ser altruistas y compasivos.
“Como somos muy vulnerables al nacer, lo principal para sobrevivir y para que se repliquen nuestros genes es cuidar de otros”, señala Keltner, co-director del Greater Good Science Center de Berkeley. “Los seres humanos hemos sobrevivido como especie gracias a que hemos desarrollado la capacidad de cuidar a los que lo necesitan y de cooperar”, dice Keltner.
El paso siguiente es investigar qué zonas del cerebro y del sistema nervioso controlan esta capacidad para comprender al otro. Un estudio reciente encontró pruebas de que muchos de nosotros estamos genéticamente predispuestos a ser empáticos. Concretamente, las personas con una variación del gen receptor de la oxitocina (la hormona que se asocia con la afectividad, la ternura y el acto de tocar, entre otras cosas) tienen más facilidad para comprender a los demás, y se estresan menos cuando tienen que enfrentarse a situaciones tensas.
Los estudios dejan claro que esta capacidad para conectar con el otro permite llevar una vida más plena y saludable. Lo que no está tan claro es cuáles son los mecanismos que permiten que esta capacidad contribuya a nuestra supervivencia e incluso a incrementar nuestro estatus entre nuestros semejantes.
A más generosidad, más respeto
Una posible respuesta es que cuanto más generosos somos, más respeto e influencia cosechamos, según un estudio publicado recientemente en la Revista de Sociología Americana. Esta investigación indica que cualquiera que actúe en su propio interés exclusivamente obtiene el vacío como respuesta, mientras que “quienes actúen generosamente obtienen la estima de sus compañeros y así suben de estatus”, de acuerdo con el profesor de Berkeley Robb Willer.
Este es, quizá, el gran dilema que tienen que resolver los científicos sociales: si es cierto que tenemos tanto que ganar siendo generosos, no se entiende por qué no hay más personas generosas y, por la misma razón, menos personas egoístas.
Se trata, en cualquier caso, de estudios que dan más fuerza a los descubrimientos de Martin Seligman a principios de los 90. Seligman, el padre de la psicología positiva, se caracterizó por ser pionero en llevar esta ciencia más allá del estudio de las enfermedades mentales y centrarse en la investigación del optimismo y de las capacidades humanas que nos hacen más plenos.
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