Consistía el experimento en dar a un individuo (A) una cantidad de dinero, pongamos 100 euros, y pedirle que lo repartiera con el otro participante (B) en el juego. En una primera versión, –el juego del dictador– , B debía de aceptar lo que le diera A.
La hipótesis del sentido del reparto de la teoría económica estándar era que A se quedaría con la totalidad de los 100 euros. En la práctica, sin embargo, las cosas ocurrían de manera diferente: A siempre daba algo a B, aunque, habitualmente, menos de la mitad.
En una versión posterior del experimento –el juego del ultimátum– B, el segundo jugador tenía el derecho a vetar el reparto propuesto por A si no estaba conforme con el reparto, de manera que, si ejercía ese derecho, ninguno recibiría nada. En este caso, la teoría económica estándar predecía este resultado: A se queda con 99 euros y da 1 euro a B, que lo aceptará porque 1 euro es mejor que nada. En el experimento las cosas ocurrían de otra forma. A daba a B entre 30 y 40 euros. De hecho, B tendía a vetar la división propuesta por A si este le ofrecía menos de 20 euros. Es decir, está dispuesto a aceptar cierta falta de equidad, porque es consciente de que tiene menos poder, pero prefiere no recibir nada si considera el reparto demasiado injusto.
Algo parecido reflejan las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) cuando piden a los españoles que se sitúen en una escala de 0 a 10 según su grado de identificación con cada una de estas dos opiniones contrapuestas: deberían mejorar los servicios públicos y las prestaciones aunque para eso haya que pagar más impuestos (más cerca de 0), o es más importante pagar menos impuestos aunque eso signifique reducir los servicios públicos y las prestaciones sociales (más cerca de 10). En los últimos cinco años la media se desliza más y más hacia 0, incluso entre los grupos socioeconómicos con mayores ingresos. Lo que indica que cada año un número mayor de españoles está dispuesto a pagar más impuestos para que mejoren los servicios y aumenten las prestaciones sociales.
Dos anécdotas, las hasta aquí expuestas, que invitan a reflexionar sobre la paradoja en que estamos instalados: el divorcio entre el discurrir racional de las personas y el actuar de los poderes económicos y políticos que dicen procurar su bienestar. Una verdadera revolución que pretende subvertir el principio de equidad, el que justifica la confianza que amalgama las sociedades y hace posible la democracia.