Se trata de un poema del escritor brasileño Mario de Andrade, sobre bellas imágenes de atardeceres y la sonata Claro de luna, de Beethoven, como música de fondo.

Puente sobre el Jarama, Madrid
Conté los años –viene a decir el poeta– y descubrí que me quedan por delante muchos menos de los vividos hasta ahora. Y, como el niño, que devora los primeros caramelos de su bolsa, pero saborea con deleite los últimos que le quedan, el poeta se propone elegir con cuidado los quehaceres y personas que ocuparán el poco tiempo que le resta: "Quiero la esencia, mi alma tiene prisa".
Así es. Llega un día en que ese pensamiento, motivo de tantos ensayos y poemas, sale de los libros, se instala en nuestras mentes y se convierte en guía sabio de los últimos años de nuestra vida. Ocurre justo en ese momento, cuando percibimos lo mucho que nos queda por hacer y el escaso tiempo y las pocas fuerzas de que disponemos.
¿Quién no se ha irritado, alguna vez, ante la impaciencia del jubilado en cualquiera de las colas que hemos de sufrir a diario? ¡Tienen todo el tiempo del mundo y no pueden esperar! Pensamos. Y los imaginamos en una plácida charla de ancianos en el parque, o en la puerta del colegio, recogiendo a sus nietos.
Desde su rincón, el jubilado, más comprensivo, se pregunta: ¿no será quizás, esa impaciencia, un reflejo de aquella angustia no resuelta?
Y se me ocurre que, tal vez, este desasosiego nuestro, de los viejos, podría hacer reflexionar a nuestros amigos más jóvenes. Y me viene a la memoria aquella consideración de Séneca contra los que, como Homero, se lamentaban de la brevedad y la fugacidad de la vida: "Pequeña parte de la vida es la que vivimos; porque lo demás es espacio, y no vida, sino tiempo". Porque "el tiempo que tenemos no es corto; pero, perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea…".
Hasta otro día.
Qué placer leer este texto tan sereno sobre un tema tan «desasosegante» y «angustioso».
Creo también que son los algo más jovenes, o menos maduros, quienes deben reflexionar sobre este tema.
Al fin y al cabo, a partir de los 40 ya nos quedan menos años por vivir que vividos.
Pero aún son muchos muchos años, tiempo de sobra para hacer lo que «nos queda por hacer».
No hay por qué esperar a que nos quede poco tiempo!
Efectivamente, los «jóvenes» no jubilados tenemos bastante que aprender de lo que comparte Patricio…
¡Cuánta verdad hay en estas pocas líneas!
El tiempo es oro, se dice, y los jubilados, los «mayores», no digamos los viejos, deberíamos hacer publicidad, como la famosa del «autobús ateo», gritando: «…y el nuestro es platino»
Porque eso de que me digan (a mí, jubilado) que no tengo qué hacer, me irrita bastante.
Por desgracia, Patricio, me parece que, la mayoría de los que vamos viendo que la bolsa de caramelos va adelgazando, no nos comeremos los últimos que vayan quedando con la magnífica disposición del niño.
No obstante, podemos ir añadiendo otras golosinas a esa bolsa, e ir disfrutando lo que se pueda.
Advierto ahora, Patricio, que tu cuento ya es como un «autobús virtual», así que, gracias.
Lo sosegado de este texto me invita a controlar lo que sucede a mi alrededor para perder el menor tiempo posible.Gracias por la reflexión.
Est muy interesante, ya que todos estamos haciendo la misma fila hacia la vejez.