Realizar pequeñas hazañas no es tan raro como se podría pensar. Hagamos cuentas: suelo dar un paseo o andar (mi forma modesta de hacer ejercicio) casi todos los días. Pongamos, para no necesitar calculadora (lápiz y papel ya se descartan sin más), doscientas veces por año. A cinco kilómetros por sesión, son mil kilómetros. No está mal, ¿no? Si tengo en cuenta que llevo cinco años haciéndolo, serían mil por cinco, cinco mil kilómetros. Esto, caminar cinco mil kilómetros, en la sección deportiva de cualquier periódico se consideraría una proeza.

Pero es que son muchos kilómetros repartidos también en muchos días, dirá el disconforme de turno. Y le contesto que es que no se ha enterado, que el asunto no está en la distancia, sino en los días. La misma pequeña operación nos conduce a que llevo mil días (que son más en realidad, según dije al principio) sin faltar a la “obligación” de consumir la ración de ejercicio.
Y es que televisiones, periódicos y revistas (supongo que ésta también) no paran de meternos por ojos y oídos que hay que hacer algo, no quedarse quieto. Ya se ha convertido en un lugar común que nos repiten también familiares y amigos, estén jubilados o no. Así que, si uno no anda espabilado, se encuentra con un cacharrito de esos que miden las distancias, con un chándal y zapatillas, convirtiendo lo que sería un apacible, romántico, estético, relajante, estimulador (mental y visual) paseo en una perentoria medicina corporal.
¿No es esto una hazaña?
En mi caminar de hoy, no sé por qué –quizá cantaba un pájaro– he recordado una de aquellas parábolas que, en otros tiempos, eran parte (más que obligatoria, irrebatible) de nuestra formación. No sé su nombre, ni el evangelista ni, por supuesto, versículo, pero venía a decir a los hombres que por qué se preocupaban tanto del día de mañana, que tomaran ejemplo de las aves que no siembran porque confían en que el buen Dios proveerá. Pues es el caso que los pobres jubilados se preocupan por el día a día, pero los kilómetros no los hace nadie por ellos, a pesar de lo predicado en la parábola, por lo demás con una cierta belleza.
Y, además, que mil kilómetros, se diga lo que se quiera, no son ninguna tontería.