Es un marco sencillo, sin pretensiones, nada que ver con los que aparecen, sobre todo, en cuadros antiguos, algunos superando el valor de lo que encuadran. Por el contrario, este pretende no molestar la concentración de la mirada en lo que importa, el interior del rectángulo.
Si acaso, la elección del color -azul- acompañando al elemento que antes resalta a la vista, ese coqueto echarpe que porta la protagonista de la imagen. No sólo el marco es sencillo, todo parece serlo, al menos en un primer golpe de vista. Porque, si analizamos un poco lo que va entrando con nuestra observación más atenta, notaremos que, sí, hay inocencia, aunque también algo buscado, medio consciente, femenino. Ese brazo en alto, el dedo señalando: «Qué cosa más hermosa -las florecillas rosas», parece decir al que enfoca con la cámara el especial momento. Luego, el que mire esta foto, se verá obligado a recorrer ese matojo silvestre surgido en la pared rocosa, bajar por el brazo bien extendido a la chaqueta también azul y, por fin, al rostro que está mirando hacia el florecer asombroso, claro, pero también sugiriendo algo juguetón, ambivalente, que quizá forme parte de lo que enamoró, allí y mucho tiempo atrás, al fotógrafo. Algo reclamará, inconscientemente, nuestra atención: un punto rojo, rompedor del obscuro entorno. ¿Está allí cumpliendo su misión de humilde pinza? Puede que sujete el pelo, sin embargo, qué sutilmente halaga nuestra vista.
Esta imagen, para los dos agentes implicados en ella, no sólo es su contenido, también su continente, el amplio paisaje que se extiende al frente de esa pared adornada por el poder de lo pequeño. Las Hoces del río Duratón en Sepúlveda, ese especial pueblo segoviano; la franja dorada de los árboles que medio ocultan la línea sinuosa del agua; la cueva desde donde apreciamos todo esto, objeto de devoción mariana para los lugareños. Sí, todas las fotografías queridas constan de dos partes: lo que se ve con los ojos y lo que está en el recuerdo, las circunstancias.
El cuadro está colgado, con otros varios, en la pared, enfrente de la cama desde la que, durante largos días y semanas de convalecencia, atraía y entretenía mi vista muchos ratos. Los dos componentes citados antes, aquí se ven aumentados en uno, razón de que le dedique estas líneas: la heroína (porque eso es lo que es) de este cuento que me ha atendido, cuidado, vigilado, animado, distraído, incluso mimado, durante ¡tanto! tiempo, sin quejas y con alegría. La misma que parece emanar de su retrato.
Y esto es mi pobre, y sin embargo profundo, agradecimiento.
Bello alegato de agradecimiento a tu compañera, pues dicen que: “Es de bien nacidos ser agradecidos”, a la vez rememorando tiempos pasados-presentes, con citas, recuerdos sin añoranzas, con cariño y reconocimiento.
Montse, hoy por ser tu onomástica, desearte paz y que cumplas en compañía los años que desees.
Os deseo salud.
R.
Me gusta un montón.
Pienso que todos deseamos y esperamos que en un momento de la vida, se acerquen a nosotros las personas con las que hemos compartido tantas históriasy y nos digan en un sutil susurro o abiertamente todas las cosas buenas que hemos hecho por ellas.
Lo tomo como un buen ejercício para hacerlo yo también.