Septiembre es, junto con enero, un mes de arranque vital en el que solemos proponemos cosas. Desde hacer ejercicio hasta aprender ruso, alimentarnos mejor o retomar con nuevas fuerzas nuestro trabajo. Mientras que a los niños se les encienden los ojos con sus nuevos estuches y rotuladores de colores, los mayores reelaboramos la lista abandonada de propósitos de fin de año. O, como ocurre con cada vez mayor frecuencia en estos tiempos revueltos, hacemos balance para decidir cómo enfrentar nuevas dificultades o cambios de vida imprevistos. Un momento apropiado, en suma, para analizar las intenciones detrás del curso de acción que vamos a emprender.

Septiembre, por Carmela Alvarado
Siempre me llamó la atención ese dicho popular que afirma que el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones. Creo que, en realidad, sería más acertado si dijese exactamente lo contrario, como es el caso de otros tantos refranes que reflejan ignorancia más que sabiduría popular. Entre los que más rabia me dan: “Favor harás y pronto te arrepentirás”; “donde hay celos hay amor, donde hay viejos hay dolor” o “quien bien te quiere te hará llorar”.
El camino al infierno está sembrado con intenciones descuidadas, malas, poco habilidosas. Creo que la mala reputación de las intenciones procede de que no por ser buenas son necesariamente apropiadas para las circunstancias. Por otra parte, con frecuencia entendemos mal el contenido de nuestras propias intenciones. Confundimos una intención mixta con una buena, por ejemplo, y nos decepcionamos cuando obtenemos resultados igualmente mixtos. Una tercera razón, tal y como apunta el monje budista estadounidense Thanissaro Bhikkhu, es que con frecuencia interpretamos de forma equivocada la manera en que las intenciones arrojan resultados. Esto sucede cuando, por ejemplo, los resultados dolorosos de una mala intención en el pasado oscurecen los resultados de una buena intención en el presente, pero aún así echamos la culpa a nuestra intención presente por el dolor ocasionado. El resultado de todo ello es que nos desilusionamos con el potencial de las buenas intenciones, y nos hacemos más cínicos y dejamos de preocuparnos por ellas.
El resultado es desastroso, ya que las intenciones quizá sean el principal factor en dar forma a nuestra vida y, desde luego, constituyen una importante fuente de cobijo y de fortaleza. Como dice Philipp Moffitt, quien debió reconectar fuertemente con sus intenciones más sinceras cuando decidió abandonar la dirección de la renombrada revista Esquire para convertirse en profesor de meditación a tiempo completo: “Sólo recordando tus intenciones puedes reconectar contigo mismo en tiempos emocionalmente tormentosos. Esa conexión da un sentido a tu vida, independientemente de que hayas alcanzado esos propósitos o no”.

Rama del melocotonero en septiembre, por Juan María Josa
Thanissaro Bhikku, por su parte, sugiere que contemplemos la mente como un comité: el hecho de que haya miembros del comité que propongan acciones indignas no significa que nosotros seamos indignos. “No tenemos que asumir responsabilidad por todo lo que ocurre en el comité”, señala. “Nuestra responsabilidad está en nuestro poder para vetar las mociones”. Con ello, contaremos con más herramientas para saber cuándo nos estamos engañando a nosotros mismos.
Nada fácil cuando, desde niños, aprendemos a ser deshonestos con nuestras intenciones como una herramienta de supervivencia: “No lo pude evitar”; “no quería hacerlo” o, mi favorita, “ha sido ella/él que se ha puesto en medio”. Los niños no tardan mucho en creerse sus propias excusas y habituarse a no articular sus intenciones cuando se enfrentan a una elección, o –como nos sucede de mayores–, rechazan considerar las consecuencias de sus intenciones o incluso niegan, para empezar, que tienen una posibilidad de elegir.
En los asuntos del día a día es tanto o más importante aprender a conocer nuestra intención, y sobre todo, las diferencias entre la intención y la acción. Este verano tuve ocasión de experimentar con todo esto cuando acudí a un retiro de meditación. En un retiro, cuando el tiempo se derrite lentamente, es más fácil observar los vaivenes de la mente y percibir que entre la intención y la acción hay un espacio, y que en este espacio reside tu libertad. La libertad de decir no antes de levantarte e ir hacia la despensa a por patatas fritas, encender un cigarrillo o no enviar un email de respuesta incendiaria, como apunta Andrés Martín Asuero.
La intención es el pensamiento que precede a la acción y es, por tanto, íntima y personal, mientras que la acción es pública e irrevocable, señala Martín Asuero, director del susodicho retiro de mindfulness, o atención plena. Una persona es dueña de sus intenciones pero responsable ante otros de sus actos. Tomar conciencia de las intenciones hace que nuestras acciones sean más coherentes, precisas y mejor enfocadas, respondiendo mejor a lo que demanda cada situación”, apunta.
¿Y qué dice el refranero castellano del mes de septiembre, volviendo al inicio de este post? Nos regala con un sinfín de dichos, pero para la ocasión voy a elegir este: “Septiembre es bueno si de primero al treinta pasa sereno”.