Mi padre era lo que se dice un manitas. Uno de esos padres ‘apañaos’ que lo mismo encolaban la pata de una silla que arreglaban la puerta de la nevera que se empecinaba en no cerrar de forma hermética. Aunque, quizá, lo más divertido era cuando creaba un pasaplatos tirando el muro de la cocina de una patada o utilizaba el tipex para cubrir (para siempre) aquella mancha de la camiseta que no salía ni lavándola con lejía pura… Chapuzas, y muchas, aparte, yo siempre quise ser como mi padre aunque a lo máximo que había llegado hasta ahora era a montar medianamente bien los muebles de Ikea.
Sin duda, muchos habréis vivido situaciones similares que ahora se antojan de otra época. Eso de que tu madre te haga un disfraz con la máquina de coser para la fiesta del colegio o de que el radiocassette dure y dure aunque tu hermana pequeña lo tire al suelo desde la mesa del salón una y otra vez suenan a Pleistoceno para muchos. Sobre todo para los chavales de hoy en día acostumbrados a “renovar” cualquier aparatejo, fabricado para durar apenas un par de años (obsolescencia programada), acudiendo a una gran superficie o comprar nuevas prendas de ropa cuando simplemente tienen un descosidito de nada o, simplemente, por el hecho de “estrenar” algo nuevo. Por no hablar de esa tendencia a la hiper especialización que nos ha convertido en medio inútiles o inútiles del todo: ¿quién no se pone casi a llorar si se ve obligado a desatascar un lavabo, plantar una lechuga o reparar un enchufe?
Nunca he sido de mucho gastar, la verdad… Pero sí que he disfrutado comprando ropa nueva por simple capricho o renovando muebles que todavía cumplían su función. Pero, desde hace ya unos años, mi actitud hacia el consumo ha cambiado. No sé decir desde cuándo ni por qué. Pero lo que es seguro es que el camino hacia un menor consumo, una vida más simple y un día a día más sencillo y pleno está lleno de satisfacciones.
Quizá el hecho de ver ahora cómo mi hijo de seis años se inventa una peonza con un tapón de Cocacola o te monta un avión a propulsión reciclando una botella y cuatro palitos me ha hecho recordar (no sólo con la mente sino con el corazón) el valor de lo manual. Ahora, y desde que una amiga me inoculó el veneno de las labores, me emociono cosiendo a mano por placer, tejiendo zapatillas de pura lana para el invierno o volviendo a escuchar, esta vez en mi salón, el ritmo acompasado de la máquina de coser que mi madre empezó a usar allá por los años sesenta. Me siento creativa y feliz: hago bolsitos, colchas, cintas para el pelo, alfombras, vestidos para mi hija… Y recopilo todo tipo de ideas para reciclar, reutilizar y recuperar objetos.
Quizá el gen del Do It Yourself (Hazlo tú mismo) se hereda y mi hijo tiene esa suerte. Yo, desde luego, pongo todo mi empeño en desarrollar algunas de las capacidades que ni siquiera sabía que tenía… Se trata de ser autosuficiente, sin duda la mejor forma (si no la única) de afrontar los tiempos en que vivimos, en todos los ámbitos posibles: laboral (emprende y da forma a tus propios proyectos), familiar (recicla y educa en el respeto al entorno), en el hogar (fabrica tu pan, tu mermelada, recolecta tus patatas, planta ajos…), vestir (customiza tu antigua ropa, tricota unas zapatillas calentitas o cose una colcha de patchwork…). Y, por supuesto, darse el lujo de respirar cada día la energía que ofrece vivir en plena naturaleza… Aunque pueda parecerlo, el camino de vivir con menos no es fácil pero la recompensa es inmensa. Y es que, decididamente, yo de mayor quiero ser una DIYer. ¿Y tú?
Encuentra ideas para hacerlo tú mismo.
Yo también quiero ser una DIYer! Entre mis asignaturas pendientes está aprender a coser y este artículo me ha motivado para empezar hoy mismo. Muchas gracias, Susana.
Me siento totalmente identificada…hasta el padre es igual al mío…Aprender a vivir con menos no es renunciar a lo que necesitas. Eso que realmente necesitamos, no es material. Varios padres del colegio de mi hijo mayor, Diego, decidimos, hace ya unos cuatro años, celebrar los cumpleaños de los niños sin regalo. Bueno, sí, cada uno puede hacer algo de su propia cosecha. A los niños, no solo les parece bien, si no que están totalmente convencidos de que es una muy buena idea. Gracias por tu artículo.
Hola Cío, me alegro de que te sirva de motivación!! Te animo a empezar poco a poco y con lo que más te guste, ya verás qué disfrute!!
Gracias Johana por tu comentario y me encanta la iniciativa, sobre todo, de que los niños aprendan a hacer cosas con sus manos en forma de sus propios regalos. Si les inculcamos el valor de lo manual desde pequeños, seguro que de mayores serán estupendos!! :-) ¡Saludos!