Las reglas de juego no han cambiado en doscientos años. No, desde luego, en los últimos sesenta a los que alcanza mi memoria de examinado y examinador. Las atrevidas –y razonables– propuestas de suprimirlos hechas por la Institución Libre de Enseñanza, y los intentos de cambiar su nombre y su sustancia a partir de 1970, como saben todos los que han examinado y han sido examinados, han fracasado de manera sistemática. De ahí nuestro interés por lo que se pregunta y por cómo se pregunta.

Demasiado estrés por los exámenes del colegio..., por Theophilos P.
Normalmente, respuestas por escrito a cuestiones sobre los contenidos de los programas. Los formatos más abiertos, y más aptos para medir algo diferente a la pura reproducción de nociones, hechos, teorías o procesos aprendidos, se relegan o se desvirtúan. ¡Ay, el comentario de texto…! ¿Qué hacer ante la comodidad, la facilidad y la “objetividad” de las pruebas más tradicionales? Ni siquiera las variadas posibilidades de hacer trampas que las tecnologías ofrecen a los adolescentes avispados han convencido a la academia de la necesidad de revisar sus modelos.
Con buen criterio, el Ministerio de Educación publica, junto a los resultados por países y Comunidades Autónomas, las pruebas –en lengua, matemáticas y ciencias- que la OCDE pasa periódicamente (informes PISA 2003, 2006, 2009) a los quinceañeros de los países miembros. Y resulta que, a diferencia de lo que aquí nos preocupa, lo que interesa a los examinadores de la OCDE no son los conocimientos adquiridos por esos chavales sino su capacidad para utilizarlos y aplicarlos a situaciones de la vida real. Porque no son programas abultados y exámenes tradicionales lo que propone ese organismo como respuesta a los retos del mundo de la información que nos toca vivir.
Interrogante final a título de moraleja. La rutina secular de parcelar conocimientos en compartimientos estancos, de identificar el saber –cultura- con la simple acumulación de contenidos inertes, de asociar el éxito –el sobresaliente- con la repetición fiel de lo enseñado ¿habrán tenido que ver con nuestra incapacidad para distinguir el grano de la paja, con nuestra probada falta de criterio para atar cabos y sacar conclusiones, con la pasividad, en fin, de la ciudadanía?
¿O es, tal vez, por eso por lo que nos siguen preguntando lo mismo, y de la misma manera, en los exámenes de junio?