Se trata de un esfuerzo de ocho años en el que se embarcó un equipo de científicos norteamericanos, con el neurocientífico Clifford Saron, de la Universidad de California en Davis, a la cabeza, para probar más extensamente las bondades de la meditación. Se ha demostrado, por ejemplo, que la meditación “mindfulness” (aquella que lleva la atención consciente a las cadenas de pensamientos) es más efectiva que los medicamentos para prevenir la recaída en pacientes con depresiones recurrentes. La práctica puede bajar la presión arterial o mejorar la respuesta inmunológica de pacientes con cáncer, entre otros numerosos beneficios.

Sin límites, por Premasagar Rose
También se sabía que la meditación protege contra el declive cognitivo que acompaña el proceso de envejecimiento. Pero esta investigación es la primera en sugerir que tiene un papel importante en el envejecimiento celular, según explica Jo Marchant en este excelente artículo de The Guardian (en inglés).
Los investigadores observaron los efectos de la meditación en 60 personas que participaron en un retiro de tres meses en el Shambhala Mountain Center, un centro budista de las montañas de Colorado. Colocaron sensores en los participantes y transformaron el sótano del centro en un sofisticado laboratorio equipado con monitores para el cerebro y el corazón. Los científicos se dedicaron a observar los efectos de la meditación en la percepción y el bienestar de los participantes, entre otras cosas.
Pero esto ya se había hecho antes (aunque no en un experimento de esta magnitud). La principal novedad procede de las investigaciones de la psicóloga de la Universidad de California en San Francisco (UCSF) Elissa Epel, que se dedicó a observar los cromosomas de los participantes, en particular sus extremos, llamados telómeros. Los telómeros juegan un papel importante en el envejecimiento de las células, y actúan como un «reloj» que limita su tiempo de vida. Cada vez que una célula se divide, sus telómeros se acortan.
La psicóloga se planteó, explica Marchant, si los telómeros pueden o no verse afectados por factores psicológicos. Lo que encontró fue que al final del retiro, los meditadores tenían una actividad en los telómeros mucho más elevada que el grupo de control. “Si el incremento en la telomerasa –una enzima– se sostiene durante el tiempo suficiente”, indica Epel, “es lógico inferir que este grupo puede desarrollar telómeros más estables y posiblemente largos a lo largo del tiempo”.
¿Cómo puede ser que el simple hecho de centrarte en tus pensamientos tenga estos impresionantes efectos físicos? No quiero abusar: lo dejo para el siguiente.