En esta entrevista, Latouche habla de las claves del decrecimiento, el papel de los medios de comunicación o los sectores de la economía que deberían decrecer con más urgencia.
Entrevista a María del Mar Jiménez
Pregunta: El concepto de tiempo, que en ocasiones parece abstracto y casi gaseoso, adquiere vital importancia en momentos de colapso. ¿Qué tiempo tenemos para evitar una situación irreversible de colapso social, económico y ecológico?
Respuesta: Aunque yo no soy un técnico, si nos apoyamos en trabajos como los del IPCC y otros, en función del desarrollo de diferentes escenarios, se prevé que el desmoronamiento del actual sistema se podría producir entre 2030 y 2070.
P: ¿Estamos recogiendo los frutos del mito que situaba la supervivencia del ser humano al margen del planeta?
R: El mito creado por la economía política, aplicado desde la economía moderna y extrapolado por el capitalismo a todo el mundo, estima que podemos vivir sin tener en cuenta el efecto de nuestra forma de vida sobre el planeta.
P.: Una pregunta obligada y de carácter pedagógico: ¿Cuáles son las claves esenciales del decrecimiento?
R.: Cabe apuntar que el decrecimiento es, en primer lugar, un lema para provocar y permitir entender que el crecimiento ilimitado no es posible, y así, salir de la ideología de ese crecimiento. Desde luego, el término decrecimiento lleva una carga de confrontación. Para mí, simboliza la necesidad de ruptura. Una ruptura integral en la que no se puede aceptar los conceptos de “crecimiento verde” o de “desarrollo sostenible”.
P.: ¿Cómo sería una sociedad del decrecimiento?
R.: La aplicación de políticas reales de decrecimiento se debe producir de manera singular y asimétrica, dependiendo de las condiciones sociales y ambientales de cada lugar del planeta. Sin embargo, sería común una visión de la vida basada en la felicidad a partir de la sobriedad.
P.: ¿Qué sectores estratégicos de la economía deberían comenzar a decrecer ya?
R.: Son desde luego los sectores más contaminantes y destructores. Para resumir, los que más emiten GEI: el sector del automóvil y las infraestructuras relacionadas, el de la construcción, la agricultura productivista, etc. En fin, todo lo que usa técnicas prometeicas, es decir, que se basan en la búsqueda de la potencia y no del bienestar humano. Por eso, me opongo, entre otras cosas, a las nanotecnologías y a lo nuclear.
P.: Usted se ha manifestado como escéptico de esa especie de nuevo esoterismo en que han convertido la economía. ¿Cuáles han sido los momentos fundamentales de la evolución de su pensamiento?
R.: El decrecimiento tiene un doble origen. Es el resultado de dos caminos convergentes. A partir de los años 70, personas como Vandana Shiva o Ivan Illich, se comprometieron en la crítica del desarrollo. A partir de sus investigaciones sobre los problemas de los países del Sur, se toparon con la crítica ecológica, llevada a cabo por el Club de Roma, entre otros muchos. En aquellos años yo pertenecía al primero de estos grupos a través de mi trabajo en la elaboración de una crítica de la modernidad. De este modo, asistí a la convergencia de las dos corrientes, que finalmente generarían una potente crítica ecologista que mostraba que los problemas de los países del Sur, así como los del Norte, procedían de la idea del productivismo.
P.: En ocasiones encontramos un tratamiento confuso en torno al concepto de decrecimiento ¿Podría explicarnos las diferencias que hay entre crecimiento negativo y decrecimiento?
R.: El crecimiento negativo es lo que experimentamos de manera sobrevenida en estos momentos, con el estancamiento del PIB. Es evidente que este crecimiento negativo no implica un cambio de paradigma económico. Por otra parte, el decrecimiento es la consecuencia de un análisis realista de las posibilidades ambientales y las necesidades sociales que se articula teniendo como eje la sobriedad, produciendo otras cosas, de otra manera y compartiéndolas de manera diferente.
P.: ¿Qué valores deberían descolonizar nuestro imaginario para adentrarnos en una sociedad del decrecimiento?
R.: Hay que abandonar la concepción agresiva de las relaciones entre los seres humanos y su relación con el entorno. En vez de concebir la vida como un territorio para la acumulación, donde la competitividad es una guerra desarrollada con armas económicas, el ser humano debe encontrar otro sentido, de tal forma que camine en armonía con la naturaleza, a la que pertenece.
Si lo lógico en un planeta de recursos limitados, es no superar los límites de ese plantea para poder seguir viviendo, ¿por qué el mito del crecimiento infinito nos ha arrastrado hasta esta situación? Creo que la sociedad moderna ha hecho soñar con el enriquecimiento tanto a ricos como a pobres. Este sueño fue descrito por Adam Smith. Las consecuencias de estas ideas se reflejaron y reflejan con dura crudeza en la creciente miseria de los más empobrecidos.
Esta lógica del crecimiento perpetuo se apoyó en el fuego, a través de la máquina de vapor, en la sociedad termoindustrial… Gracias a las energías fósiles, principalmente el carbón y el petróleo, a las cuales no se concebían limites, los humanos pudimos producir muchísimo más. Ello nunca hubiera sido posible sin el marketing y la publicidad. Para que el sistema funcionara, la gente debía consumir cada vez más. Pero todo tiene límite. “El crecimiento salió de los pozos de petróleo y acabará con ellos”, presentía Richard Heinberg en un libro notable, The party is over (2003).
P.: ¿Será el avance tecnológico el remedio milagroso para sacarnos de una situación, de evidente degradación, manteniendo la apuesta por un crecimiento infinito?
R.: ¡No, ni hablar! Hoy en día, vemos que no se presentan soluciones creíbles sino que sólo existen proyectos delirantes como encerrar el CO2 en pozos subterráneos o fertilizar el océano con limaduras de hierro para que capte más CO2. Todo eso es muy peligroso y ni siquiera es realizable.
El productivismo como motor de desarrollo ha sido doctrina aceptada y promovida desde la derecha y también desde la izquierda oficial. ¿Qué mensaje lanzaría a esa izquierda más institucional, que guarda relación con el mundo sindical y también con los partidos políticos para que se aproximaran a los principios del decrecimiento? Ésta es la gran batalla en estos momentos, porque la izquierda abandonó sus reivindicaciones iniciales, es decir el reparto, no el crecimiento. Fue la trampa de la tarta: hubo quién creyó que cuanto mayor sea el pastel más gente podrá aprovecharlo, aunque sea las migajas.
Algunos empiezan a entender que esto es un error, y que el problema social procede de los modos productivos y no de la cantidad producida.
P.: ¿Podría decirse que el decrecimiento es una crítica radical al capitalismo, a sus valores y a sus formas de producción y consumo?
R.: Crecimiento es sinónimo de capitalismo. Podríamos suprimir el mercado, la moneda, el salariado… y no cambiaría nada. Hay que suprimir las lógicas del capitalismo, creando una auténtica revolución cultural.
P.: ¿Qué hacer para conseguirlo?
R.: Somos conscientes del problema, lo que ya está bien. Podríamos, por ejemplo, eliminar la publicidad televisiva y, aun, la televisión entera. Habría que realizar muchos cambios en las estructuras para permitir una evolución de las mentalidades.
P.: ¿Qué papel podrían jugar los medios de comunicación en la salida a la actual situación de crisis ambiental, económica y social?
R.: Los medios tienen un papel primordial en la intoxicación ideológica de la sociedad. Son las herramientas para la colonización de nuestro imaginario. Por tanto, esta desintoxicación pasa necesariamente por una revolución de los medios de comunicación.
Necesitamos un cambio en nuestra mentalidad para escapar de la lógica del capitalismo: incrementar el capital a cualquier precio. Esforzarnos en construir una economía basada en la distribución justa, con principios de unidad, cooperación, equidad, inclusión, responsabilidad social; en lugar de competencias. Así,nos cuidamos, y cuidamos los recursos de nuestra tierra…
[…] Fuente: Vida Sencilla […]